viernes, septiembre 22, 2006

habitar territorios ajenos

Diríase que la seguridad es una necesidad vital de nuestra cultura. Puntos de referencia, hitos, líderes visibles, son elementos con los cuales la humanidad ha contado siempre para evitar la angustia que da la desorientación. En nuestra búsqueda permanente de certezas sobre las cuales apoyarnos hemos impulsado cada vez más lejos la frontera de lo desconocido. Paradójicamente estos mismos pasos han servido para constatar cuan ínfimo es el conjunto de nuestros saberes y comprensiones al descubrirnos territorios en los cuales nuestros modelos y arquetipos resultan desbordados o inutiles. Nuestra capacidad de adaptación ha sido puesta a dura prueba a lo largo de los siglos ante la necesidad de reconstruir nuestros modelos de pensamiento luego del derrumbe de las certezas sobre las cuales habíamos establecido el imaginario colectivo que llamamos Realidad. El proceso de derrumbe/reconstrucción ha significado generalmente pasos hacia delante. Una suerte de desembarazamiento de convicciones superadas. Ocasionalmente sin embargo ha sido necesario hechar mano de conocimientos desechados, sea porque eran parte del bagaje abandonado en el camino, sea porque procedían de culturas ajenas y fueron catalogados como material de descarte. (En este contexto resulta un ejemplo interesante la exploracion llevada a cabo en tiempos recientes por las ciencias médicas respecto a las medicinas tradicionales) Siguiendo esta línea, me llama la atención la aceptación por parte de las ciencias puras, con la física a la cabeza, así como del pensamiento empírico, de la existencia de realidades no mensurables, de espacios alternativos en los cuales circulan energías ajenas a nuestro universo perceptible. Me llama la atención porque aunque no se promulge claramente, la aceptación de estas esferas abre el discurso y la atención hacia un contexto en el cual empezaríamos a considerar la incapacidad de la ciencia de copar todas las posibilidades cognitivas de nuestra Realidad.

Fernando Savater desarrolla en el capítulo Alma y Espíritu de su libro El Contenido de la Felicidad, una interesante reflexión sobre la predisposición de occidente a eliminar el discurso intimista, fabulador, azaroso e incontrolado del psije -el alma- en pro de un orden identificable. externo y por ende asequible, funcional y coherente elaborado por el pneuma -el espíritu- el avasallamiento de la imaginación no elimina -según Savater - la necesidad de fabulación como requisito para conservar la cordura. Quizas por ello, en la medida en que avanzamos hacia la homogenización en formatos exclusivamente racionales; en la medida en que asaltamos los últimos feudos del alma, nuestra cultura y sociedad se van volviendo cada vez más vacuas y angustiadas y sus frutos cada vez más confusos pese a (o a consecuencia de) el esfuerzo racional determinado por Spinoza y referido por Savater en el mismo capítulo: No reír, no llorar, no detestar, sólo entender.

Esta situación tiene implicaciones profundas: Si el pensamiento occidental, desde Platón y especialmente a raíz de la Ilustración, ha tenido la tentación de convertir a la razón en el único decodificador válido de la información perceptible. Si la Ilustración, -que signó la caída de la religión como autenticadora de la verdad- estableció la supremacía del discurso lógico, “racional” y con ella un nuevo orden cultural en occidente. Posteriormente, y como resultado de este nuevo órden se ha venido produciendo algo que podemos definir como la hegemonía de la razón. Un proceso que paulatinamente ha invalidado todas las formas de cognición que por su naturaleza son incapaces de generar discursos esquematizables y demostrables o -que es lo mismo- certezas justificadas que ayudasen a disipar la angustia, a crear una Realidad sin puntos ciegos.

Milan Kundera habla en su clásico La Insoportable Levedad Del Ser, de la tendencia a la gravedad de occidente. Esa dinámica que nos hace sentir que lo importante debe ser grave, tortuoso. Que lo ligero y afable es intrascendete. Es posible que la eliminación de la fabulación de que habla Savater responda a esa concepción. Quizas responda a otras angustias. En todo caso está claro que esferas tradicionalmente pertenecientes a diversos campos de cognición (como el instinto, la espiritualidad, la inspiración, el erotismo) no ayudan a construír un universo fiable, ya que sus conocimientos no son científicamente defendibles. Me inclino a pensar que una combinación de este hecho y de la busqueda de gravedad, han llevado a esta invasión reivindicatoria de sus campos de acción por parte de la razón, desnaturalizando en la apropiación actos como el proceso creativo o la experiencia intuitiva que han sido convertidos en modelos esquemáticos, con resultados marcadamente planos y empobrecidos.

En una reciente entrevista, Willigis Jager proponía que el ser humano se ha desarrollado del nivel mágico al mítico, del mítico al mental y que de este debería realizarse el siguiente paso al nivel místico o trasmental. Aunque seguramente inaceptable por todos aquellos que han entronizado al pensamiento como cúspide del desarrollo evolutivo del ser humano, la propuesta en si no resulta descabellada si creemos en nuestra evolución como un fenómeno permanente.

A la luz de descubrimientos y reflexiones que hacen evidentes las limitaciones de la razón para acaparar todas las posibilidades perceptivas de nuestra naturaleza y constatando la asfixia a la que el universo racional ha condenado a nuestras posibilidades “irracionales”, la Hipertrofia de la Razón de que habla Jager se reflejaría en un universo donde sólo lo explicable se admite como existente y donde todo lo percibido que no se atenga a este paradigma entra en el terreno de lo imaginario, de lo “ireal”.

Llegados a este punto, debemos hacer un alto y tomar en cuenta que una cosa es aceptar la existencia de esferas de realidad antes ignoradas y otra muy distinta el admitir que estas puedan ser percibidas en manera fiable por cualquier medio que no sea la inteligencia racional. La primera puede implicar una continuidad de la hegemonía, decidir “análizar a la luz de la razón” la información nueva. La segunda implica un cambio de paradigmas profundo y trascendente. Aunque esta opción implica mucho esfuerzo, fué ya logrado al pasar de una cultura teocentrica a una científica. En todo caso, la sola posibilidad de prestar oído a formas de percepción “alternativas” establece una revolución paradigmática digna de observación.

Como he ya señalado, La evolución hegemónica de la razón y el espejismo de seguridad que esta ofrece gracias a su capacidad de producir información codificable y normalizable, nos ha llevado a canalizar los discursos (todos ellos) hacia los terrenos pragmáticos en los cuales esta se mueve más cómodamente. Hemos desmontado los demás modelos perceptivos constriñendolos a lenguajes lógicos en los cuales se encuentran claramente incapacitados. Todo aquello que no podía ser explicado ha sido marginado y despreciado. Términos peligrosos como inspiración, genialidad o intuición han sido vaciados o reconvertidos para que sus logros sean “repetibles en laboratorio” mediante herramientas dignas pero ajenas al sentido original de estos, tales como análisis o método, sin los cuales cualquier suceso parece insultante a los defensores del racionalismo. El instinto o el gusto han sido reducidos a fenómenos secundarios; a lo más desmenuzados en sus componentes lógicos, una lectura posible de su naturaleza pero que no la agota. El resultado de esta visión unívoca y monocorde de la realidad ha sido el empobrecimiento de nuestras perspectivas así como el achatamiento de nuestras posibilidades perceptivas y explorativas.

Debo admitir que acecho con ansia la evolución de este nuevo contexto (que es en realidad un contexto antiguo. Una noción abandonada en el camino). Resulta apasionante la posibilidad de volver a encontrar en los centros de arte obras viscerales, frutos irreverentes de la inspiración que no se sientan avergonzados de su incapacidad de justificar mediante un proceso lógico su nacimiento ni del presentarse en público sin el aval de un discurso teórico. Volver lúdica e inmaduramente a disfrutar del arte. Devolver la teoría a su campo original de discurso complementario, de tejido que intenta llenar con justificaciones posibles y tan sólo probables las oquedades que la inspiración deja a su paso. Espero con ansias una experiencia espiritual de conexión con esas energías que la ciencia actualmente no sólo no se atreve a negar sino que intenta entender para ser capaz de moverlas hacia su beneficio, convencido como estoy de que las tantas culturas profundamente enhebradas con ellas (de las cuales están pobladas todos los continentes) no pueden ser tan sólo retrasadas e ignorantes como pretenciosamente las hemos catalogado; convencido tambien de que una ampliación de nuestros campos perceptivos y un replanteamiento de nuestra relación con estas culturas y los conocimientos que ellas atesoran y nosotros despreciamos, podría ayudarnos a resolver muchas de las interrogantes y ansiedades que la doctrina del confort, el materialismo y el racionalismo han exacerbado en lugar de mitigar para angustia de masas sociales cada vez más desorientadas.

Este tipo de situaciones implican profundas reorientaciones de nuestros paradigmas. La literatura, la ciencia, el pensamiento de nuestra época se encuentran atravesados por una reflexión profunda sobre la Realidad y su Sentido, como si una pulsión nos anunciase que estamos dejando de percibir cosas que están y siempre han estado a nuestro alrededor. Una interesante teoría que leí hace poco explicaba que los indígenas americanos quizas no fueron capaces de descubrir en el horizonte la llegada de los barcos de Colón porque tales imágenes carecían de contenido en su universo semiótico; si tal teoría fuese cierta, podríamos -sobre la misma base- preguntarnos cuanta información trascendente estamos dejando de asimilar por no ser capaces de encajarla en ninguno de los significantes que manejamos.

Toda dinámica genera fuerzas que es dificil frenar y redireccionar. La aparición de charlatanes y falsos gurus que buscan captar beneficios en el maremagnum del desconcierto incrementan la desconfianza para navegar máres nuevos y habitar territorios ajenos. Será siempre más fácil interpretar las nuevas nociones desde nuestra ribera, forzando la información que se descubre dentro de significantes preexistentes a fin de crear un equilibrio (espejismo de equilibrio) entre nuestra inmovilidad y el nuevo contexto. Sin embargo no estoy seguro si la ilusión de posesión (un territorio “nuestro” desde el cual sentirnos fuertes) es indispensable. Ni si la certeza descriptiva es la única posibilidad de nuestra cultura. Mientras la razón conquista los últimos baluartes de la Psije, por una lógica natural de ciclicidad y renovación, asistimos a las fases iniciales de un nuevo derrumbe de modelos cognitivos. Mientras aceptamos la impracticabilidad del desentrañamiento del universo que justificaba el monopolio de la razón, empieza a surgir un territorio nuevo, un modelo paradigmático, más flexible, mas variable, pero no menos apto para la vida a condición de estar dispuesto a experimentarlo y descubrir las reglas y formulas que permitan habitarlo. (Digo esto para hacer patente la contradicción entre el nuevo modelo y el clasico paradigma de inmobilidad – seguridad) Nos encontramos probablemente ante el nacimiento de arquetipos que integrarán experiencias cognitivas que hemos considerado por demasiado tiempo de segundo orden y que empiezan a exigir su derecho a participar en la lectura e interpretación de nuestros haceres y experiencias. Nos encontramos ante la posibilidad de abandonar la gravedad, la pulsión racionalista; de redescubrir la fábula y el espítiru lúdico como partes esenciales de nuestra naturaleza. Nos encontramos, -o eso espero- para bien del arte y en último término de nuestra sociedad, ante un diálogo que -de darse- podría rediseñar los mapas de nuestra cultura

Vertigo y Neurosis , desde el fin de la reflexión hasta la delgadez de la memoria


Publicado originalmente en www.agenciacritica.net 08 de abril de 2006


Diríase que la seguridad es una necesidad vital de nuestra cultura. Puntos de referencia, hitos, líderes visibles, son elementos con los cuales la humanidad ha contado siempre para evitar la angustia que da la desorientación. En nuestra búsqueda permanente de certezas sobre las cuales apoyarnos hemos impulsado cada vez más lejos la frontera de lo desconocido. Paradójicamente estos mismos pasos han servido para constatar cuan ínfimo es el conjunto de nuestros saberes y comprensiones al descubrirnos territorios en los cuales nuestros modelos y arquetipos resultan desbordados o inutiles. Nuestra capacidad de adaptación ha sido puesta a dura prueba a lo largo de los siglos ante la necesidad de reconstruir nuestros modelos de pensamiento luego del derrumbe de las certezas sobre las cuales habíamos establecido el imaginario colectivo que llamamos Realidad. El proceso de derrumbe/reconstrucción ha significado generalmente pasos hacia delante. Una suerte de desembarazamiento de convicciones superadas. Ocasionalmente sin embargo ha sido necesario hechar mano de conocimientos desechados, sea porque eran parte del bagaje abandonado en el camino, sea porque procedían de culturas ajenas y fueron catalogados como material de descarte. (En este contexto resulta un ejemplo interesante la exploracion llevada a cabo en tiempos recientes por las ciencias médicas respecto a las medicinas tradicionales) Siguiendo esta línea, me llama la atención la aceptación por parte de las ciencias puras, con la física a la cabeza, así como del pensamiento empírico, de la existencia de realidades no mensurables, de espacios alternativos en los cuales circulan energías ajenas a nuestro universo perceptible. Me llama la atención porque aunque no se promulge claramente, la aceptación de estas esferas abre el discurso y la atención hacia un contexto en el cual empezaríamos a considerar la incapacidad de la ciencia de copar todas las posibilidades cognitivas de nuestra Realidad.

Fernando Savater desarrolla en el capítulo Alma y Espíritu de su libro El Contenido de la Felicidad, una interesante reflexión sobre la predisposición de occidente a eliminar el discurso intimista, fabulador, azaroso e incontrolado del psije -el alma- en pro de un orden identificable. externo y por ende asequible, funcional y coherente elaborado por el pneuma -el espíritu- el avasallamiento de la imaginación no elimina -según Savater - la necesidad de fabulación como requisito para conservar la cordura. Quizas por ello, en la medida en que avanzamos hacia la homogenización en formatos exclusivamente racionales; en la medida en que asaltamos los últimos feudos del alma, nuestra cultura y sociedad se van volviendo cada vez más vacuas y angustiadas y sus frutos cada vez más confusos pese a (o a consecuencia de) el esfuerzo racional determinado por Spinoza y referido por Savater en el mismo capítulo: No reír, no llorar, no detestar, sólo entender.

Esta situación tiene implicaciones profundas: Si el pensamiento occidental, desde Platón y especialmente a raíz de la Ilustración, ha tenido la tentación de convertir a la razón en el único decodificador válido de la información perceptible. Si la Ilustración, -que signó la caída de la religión como autenticadora de la verdad- estableció la supremacía del discurso lógico, “racional” y con ella un nuevo orden cultural en occidente. Posteriormente, y como resultado de este nuevo órden se ha venido produciendo algo que podemos definir como la hegemonía de la razón. Un proceso que paulatinamente ha invalidado todas las formas de cognición que por su naturaleza son incapaces de generar discursos esquematizables y demostrables o -que es lo mismo- certezas justificadas que ayudasen a disipar la angustia, a crear una Realidad sin puntos ciegos.

Milan Kundera habla en su clásico La Insoportable Levedad Del Ser, de la tendencia a la gravedad de occidente. Esa dinámica que nos hace sentir que lo importante debe ser grave, tortuoso. Que lo ligero y afable es intrascendete. Es posible que la eliminación de la fabulación de que habla Savater responda a esa concepción. Quizas responda a otras angustias. En todo caso está claro que esferas tradicionalmente pertenecientes a diversos campos de cognición (como el instinto, la espiritualidad, la inspiración, el erotismo) no ayudan a construír un universo fiable, ya que sus conocimientos no son científicamente defendibles. Me inclino a pensar que una combinación de este hecho y de la busqueda de gravedad, han llevado a esta invasión reivindicatoria de sus campos de acción por parte de la razón, desnaturalizando en la apropiación actos como el proceso creativo o la experiencia intuitiva que han sido convertidos en modelos esquemáticos, con resultados marcadamente planos y empobrecidos.

En una reciente entrevista, Willigis Jager proponía que el ser humano se ha desarrollado del nivel mágico al mítico, del mítico al mental y que de este debería realizarse el siguiente paso al nivel místico o trasmental. Aunque seguramente inaceptable por todos aquellos que han entronizado al pensamiento como cúspide del desarrollo evolutivo del ser humano, la propuesta en si no resulta descabellada si creemos en nuestra evolución como un fenómeno permanente.

A la luz de descubrimientos y reflexiones que hacen evidentes las limitaciones de la razón para acaparar todas las posibilidades perceptivas de nuestra naturaleza y constatando la asfixia a la que el universo racional ha condenado a nuestras posibilidades “irracionales”, la Hipertrofia de la Razón de que habla Jager se reflejaría en un universo donde sólo lo explicable se admite como existente y donde todo lo percibido que no se atenga a este paradigma entra en el terreno de lo imaginario, de lo “ireal”.

Llegados a este punto, debemos hacer un alto y tomar en cuenta que una cosa es aceptar la existencia de esferas de realidad antes ignoradas y otra muy distinta el admitir que estas puedan ser percibidas en manera fiable por cualquier medio que no sea la inteligencia racional. La primera puede implicar una continuidad de la hegemonía, decidir “análizar a la luz de la razón” la información nueva. La segunda implica un cambio de paradigmas profundo y trascendente. Aunque esta opción implica mucho esfuerzo, fué ya logrado al pasar de una cultura teocentrica a una científica. En todo caso, la sola posibilidad de prestar oído a formas de percepción “alternativas” establece una revolución paradigmática digna de observación.

Como he ya señalado, La evolución hegemónica de la razón y el espejismo de seguridad que esta ofrece gracias a su capacidad de producir información codificable y normalizable, nos ha llevado a canalizar los discursos (todos ellos) hacia los terrenos pragmáticos en los cuales esta se mueve más cómodamente. Hemos desmontado los demás modelos perceptivos constriñendolos a lenguajes lógicos en los cuales se encuentran claramente incapacitados. Todo aquello que no podía ser explicado ha sido marginado y despreciado. Términos peligrosos como inspiración, genialidad o intuición han sido vaciados o reconvertidos para que sus logros sean “repetibles en laboratorio” mediante herramientas dignas pero ajenas al sentido original de estos, tales como análisis o método, sin los cuales cualquier suceso parece insultante a los defensores del racionalismo. El instinto o el gusto han sido reducidos a fenómenos secundarios; a lo más desmenuzados en sus componentes lógicos, una lectura posible de su naturaleza pero que no la agota. El resultado de esta visión unívoca y monocorde de la realidad ha sido el empobrecimiento de nuestras perspectivas así como el achatamiento de nuestras posibilidades perceptivas y explorativas.

Debo admitir que acecho con ansia la evolución de este nuevo contexto (que es en realidad un contexto antiguo. Una noción abandonada en el camino). Resulta apasionante la posibilidad de volver a encontrar en los centros de arte obras viscerales, frutos irreverentes de la inspiración que no se sientan avergonzados de su incapacidad de justificar mediante un proceso lógico su nacimiento ni del presentarse en público sin el aval de un discurso teórico. Volver lúdica e inmaduramente a disfrutar del arte. Devolver la teoría a su campo original de discurso complementario, de tejido que intenta llenar con justificaciones posibles y tan sólo probables las oquedades que la inspiración deja a su paso. Espero con ansias una experiencia espiritual de conexión con esas energías que la ciencia actualmente no sólo no se atreve a negar sino que intenta entender para ser capaz de moverlas hacia su beneficio, convencido como estoy de que las tantas culturas profundamente enhebradas con ellas (de las cuales están pobladas todos los continentes) no pueden ser tan sólo retrasadas e ignorantes como pretenciosamente las hemos catalogado; convencido tambien de que una ampliación de nuestros campos perceptivos y un replanteamiento de nuestra relación con estas culturas y los conocimientos que ellas atesoran y nosotros despreciamos, podría ayudarnos a resolver muchas de las interrogantes y ansiedades que la doctrina del confort, el materialismo y el racionalismo han exacerbado en lugar de mitigar para angustia de masas sociales cada vez más desorientadas.

Este tipo de situaciones implican profundas reorientaciones de nuestros paradigmas. La literatura, la ciencia, el pensamiento de nuestra época se encuentran atravesados por una reflexión profunda sobre la Realidad y su Sentido, como si una pulsión nos anunciase que estamos dejando de percibir cosas que están y siempre han estado a nuestro alrededor. Una interesante teoría que leí hace poco explicaba que los indígenas americanos quizas no fueron capaces de descubrir en el horizonte la llegada de los barcos de Colón porque tales imágenes carecían de contenido en su universo semiótico; si tal teoría fuese cierta, podríamos -sobre la misma base- preguntarnos cuanta información trascendente estamos dejando de asimilar por no ser capaces de encajarla en ninguno de los significantes que manejamos.

Toda dinámica genera fuerzas que es dificil frenar y redireccionar. La aparición de charlatanes y falsos gurus que buscan captar beneficios en el maremagnum del desconcierto incrementan la desconfianza para navegar máres nuevos y habitar territorios ajenos. Será siempre más fácil interpretar las nuevas nociones desde nuestra ribera, forzando la información que se descubre dentro de significantes preexistentes a fin de crear un equilibrio (espejismo de equilibrio) entre nuestra inmovilidad y el nuevo contexto. Sin embargo no estoy seguro si la ilusión de posesión (un territorio “nuestro” desde el cual sentirnos fuertes) es indispensable. Ni si la certeza descriptiva es la única posibilidad de nuestra cultura. Mientras la razón conquista los últimos baluartes de la Psije, por una lógica natural de ciclicidad y renovación, asistimos a las fases iniciales de un nuevo derrumbe de modelos cognitivos. Mientras aceptamos la impracticabilidad del desentrañamiento del universo que justificaba el monopolio de la razón, empieza a surgir un territorio nuevo, un modelo paradigmático, más flexible, mas variable, pero no menos apto para la vida a condición de estar dispuesto a experimentarlo y descubrir las reglas y formulas que permitan habitarlo. (Digo esto para hacer patente la contradicción entre el nuevo modelo y el clasico paradigma de inmobilidad – seguridad) Nos encontramos probablemente ante el nacimiento de arquetipos que integrarán experiencias cognitivas que hemos considerado por demasiado tiempo de segundo orden y que empiezan a exigir su derecho a participar en la lectura e interpretación de nuestros haceres y experiencias. Nos encontramos ante la posibilidad de abandonar la gravedad, la pulsión racionalista; de redescubrir la fábula y el espítiru lúdico como partes esenciales de nuestra naturaleza. Nos encontramos, -o eso espero- para bien del arte y en último término de nuestra sociedad, ante un diálogo que -de darse- podría rediseñar los mapas de nuestra cultura